Opinión
Juan A. Jaén
La Paradoja de Abilene, ejemplo de la contradicción que, con frecuencia, se da en la toma de decisiones grupales, especialmente en el seno de las empresas.
Que no estamos solos, ni podemos ir de manera aislada por la vida, en tanto seres sociales que somos, es algo evidente, si bien las personas en muchas ocasiones prefieren solapar e incluso esconder su criterio personal y su propia individualidad a favor de una hipotética decisión consensuada del colectivo en que se integran.
Cuenta la historia que “en una calurosa tarde, una familia se encuentra jugando cartas en la terraza. El jefe de familia cree que deberían salir -no porque él quiera, sino porque cree que a los demás les gustaría- así que propone un viaje a Abilene.
Su esposa, de inmediato, responde diciendo que es una gran idea. El suegro, a pesar de que sabe que el camino es largo, piensa que mostrar desacuerdo iría contra la tendencia del grupo y acepta ir al viaje. La suegra, dadas las circunstancias, responde de inmediato: “Por supuesto, no he ido a Abilene en mucho tiempo”.
En efecto, el viaje es largo y caluroso, y cuando llegan a Abilene, la comida es en extremo desagradable.
Cuando regresan a casa, el esposo dice, de manera irónica: “Fue un buen viaje, ¿no?”, y la suegra responde que en realidad no quería ir, pero que aceptó porque el resto del grupo estaba emocionado. Pronto, descubren que los cuatro habían aceptado hacer el viaje por la misma razón y, en realidad, todos fueron a un viaje al que ninguno quería ir”.
Jerry Harvey,
Universidad George Washington (“The Abilene Paradox”).
Esta narración constituye una paradoja que representa muy gráficamente la tendencia de las personas que forman parte de una colectividad (ya sea un equipo de trabajo, un grupo con afinidades u objetivos comunes, una asociación, un grupo de amigos o la propia familia…) de no mostrar su individualidad y no generar discrepancias en “beneficio” de un consenso o conformidad inicial.
Este tipo de conductas generan situaciones abocadas, en muchas ocasiones, al fracaso, donde el miedo a disentir, a qué dirán, a tener que justificar y razonar su propia opinión, a provocar un conflicto ante decisiones o criterios diferentes, lleva a intentar no saltarse determinados hábitos, concretas o peculiares normas, patrones de comportamiento, políticas o procedimientos y a no contravenir dicho “statu quo”, intentando, así, evitar otras situaciones no deseables, aun cuando se disienta clara y personalmente al respecto.
En este tipo de situaciones se confiere una mayor importancia al consenso, en ocasiones fácil e incluso no razonado ni procedente, frente a la discrepancia, que por su parte es la que en el ámbito grupal y, por supuesto, organizacional, favorece y enriquece sobremanera el desarrollo y crecimiento de los equipos de trabajo o colectividades, al forzarlos a un aprendizaje continuo.
Hoy día, en muchas ocasiones, nos encontramos con personas que “viajan a Abilene” sin estar de acuerdo, en contra de su propio criterio, aun cuando no exista garantía de éxito en la toma de decisiones consensuadas o meramente aceptadas del equipo.
Por ello, conviene fomentar la sana “discrepancia”, el intercambio constructivo de pareceres, en detrimento del consenso “per se” en una comunicación clara y transparente y un contexto proclive a la participación e implicación de todos los miembros del equipo, que permita sembrar una cultura integradora de comunicaciones y opiniones, en ocasiones discrepantes, que a la vez son las que hacen de la organización un entorno idóneo y propicio para el desarrollo de los equipos y su evolución a verdaderos equipos de alto desempeño.
Y tú ¿Viajas a Abilene?
Juan A. Jaén
Director de Servicios de Formación en Audiolís
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